204
RECIMAUC VOL. 8 Nº 1 (2024)
personal y mi posesivo, él pronombre perso-
nal y el artículo; y que hasta 1911 se mantu-
vo acentuándose la preposición a y las con-
junciones o (u), e (1989, pp. 91- 92)
14
.
Todos estos aspectos antes abordados per-
miten caracterizar los elementos distintivos
de nuestra variante o modalidad de la len-
gua
15
, junto con la ya mencionada en páginas
anteriores, curiosa división de la Isla, según
su observación personal, en dos zonas
16
.
E . La pronunciación.
Si nos centramos específicamente en la
pronunciación, tema tratado a lo largo de
las diferentes ediciones del Diccionario (Vid
supra Nota 3), veremos cómo, desde el pri-
mer prólogo, hizo alusión a la realización de
ciertos sonidos por parte de los cubanos
(fenómeno que también se registra en la re-
gión costa del sur del continente america-
no), en como:
– la aspiración de la h y la pronunciación
predilecta de la j, según él, por el
vulgo, con la consecuente confusión y
abuso de muchas palabras (Pichardo,
1836, p. 4)
– el seseo (confusión de la c con la s en
las sílabas ce, ci y la z en todas), el yeís-
mo (igual pronunciación para la ll y la
y) y la pronunciación idéntica de b y v
17
(Pichardo, 1849, p. IV)
Ya desde esta segunda edición sobre el se-
seo Pichardo apunta que “en la isla de Cuba
no hay persona de su suelo que pronuncie
ce ci y la z como se debe” (Pichardo, 1849,
p. IV), lo cual demuestra que ya estaba ge-
neralizado. Al respecto se puede recordar
14 Los casos de otros monosílabos como fue, fui, dio, no fueron aborda-
dos por Pichardo (Alpízar, 1989, p. 95) y curiosamente, solo hasta 2010 no se indicó
su uso obligatorio sin tilde.
15 Este concepto creado por los sociolingüistas soviéticos, alude a
modalidades de una lengua con características especícas que las diferencian de
las habladas en otra nación, como podría ser en este caso, de la modalidad hablada
en el Viejo Mundo. Dichas modalidades son perceptibles en los niveles fonológi-
co (pronunciación) y léxico (enriquecimiento con nuevas palabras de origen no
europeo y formación de nuevas palabras a partir de voces no europeas (citado por
Valdés, 2007, p. 36 y siguientes).
16 Al respecto se sugiere la lectura del trabajo de Luis Roberto Choy (1989).
17 En este caso, en la pronunciación hispana, desde antes de 1492, fecha
en que se publica la primera Gramática de la lengua castellana por Elio Antonio de
Nebrija, ya se establecía la distinción de v y b y no así la distinción fonológica, pro-
nunciándose ambas consonantes como fonemas bilabiales sonoros con realización
africada en posición intervocálica y oclusiva en otras.
que en 1795 fray Pedro Espínola ya lo había
dado a conocer en su Memoria. (Espínola,
1795 y ACuL, 2012)
– Trueque de r y l, focalizada en perso-
nas de bajo nivel cultural en La Habana
(amal por amar, sordado por soldado,
etc.) (Pichardo, 1849, p. V)
Desde la segunda edición llegó a decla-
rar: “Yo por mí, debo confesar que en las
conversaciones no muy familiares, empie-
zo cuidadosamente distinguiendo la c y la
z de las s, la ll de la y, la v de la b, mas á
poco, todo se me olvida, y adiós prosodia”
(Pichardo, 1849, p. IV)
Ahora bien, para quienes estudian nuestra
variante nacional de lengua e incluso aque-
llos que solamente son usuarios de ella, re-
sultan muy similares estas características a
las actuales, por lo que podemos concluir
con la idea de que dichos aspectos en el
nivel fonológico ya están enraizados en los
criollos desde el siglo XIX, con lo que se mar-
can entonces los elementos diferenciadores
de la variante de lengua española en Cuba,
familiar a la lengua española, con predominio
de la variante andaluza, presente en la cos-
ta pacífica de América del Sur. No obstante,
debemos insistir en algunos elementos.
Resultan elementos identificadores de esta
variante: el seseo, yeísmo, el intercambio
de r y l implosivas. En el caso de estas
características, estamos ante rasgos ca-
racterizadores del español de América en
sentido general, provenientes de la variante
andaluza peninsular, presente también en la
costa pacífica del sur del continente, como
es el caso de la costa ecuatoriana. Nótese
cómo en la última característica Pichardo
solamente la reduce a “personas de bajo
nivel cultural en La Habana”, aspecto que
no podemos corroborar ni criticarle pues
desconocemos el nivel de extensión que en
ese momento específico tenía en la Isla.
Si seguimos analizando los criterios de Pi-
chardo, debemos obviar lo señalado en tor-
no a la no distinción de v y b y agregar los
BIDOT MARTÍNEZ, I., RUMIGUANO, N., & AGUILAR PAZOS, R. E.